HONESTIDAD & AUTENTICIDAD EN TIEMPOS DE CRISIS ÉTICA






Hoy en día es imposible eludir conversaciones sobre nuestra convulsionada actualidad nacional donde es recurrente la crisis ética en la que se observa sumergido nuestro país.  Pareciera que nadie se salva:  Empresarios (Cascadas, SQM); Grupos empresariales en colusión (Pollos, Papel Higiénico, Farmacias);  Cuestionadas autoridades eclesiásticas (casos de abusos sexuales), y políticos de todas las tendencias (Orpis, Girardi, Dávalos, entre otros).  A finales del año pasado, el connotado biólogo Humberto Maturana declaraba a La Tercera: “En Chile hay una crisis de honestidad”, refiriéndose no a las instituciones per se, sino a las personas. “Cada vez que la persona declara que tiene un cierto propósito, pero en realidad tiene otro, está siendo deshonesto”, dice.

Por definición, la honestidad no es una virtud ejecutiva, sino una virtud básica intelectual y de ciudadanía.  Por lo general, es un compromiso profundo y arraigado con la verdad – buscarla, reconocerla, hacerse cargo (y a otros) de ella, y moldeando la conducta alrededor de ésta.  Se correlaciona con la integridad, o la virtud de ser fiel a uno mismo, a las creencias, sentimientos y un comportamiento en armonía con los demás.  Aristóteles decía que “la ética no esta solo para estudiar la virtud, sino para ser buenos”. Asimismo, define al hombre como un animal social, y por lo que la práctica o expresión de la virtud, en este caso la honestidad, nos acerca a una suerte de equilibrio óptimo con otros, que es el comportamiento virtuoso.

En mi último taller sobre nuestras fortalezas personales, uno de los participantes comentaba justamente esto.   A su vez, explicaba que el practicar su fortaleza de autenticidad y honestidad, y mostrarse de una manera genuina, le había traído más de una vez algún problema con otros.  En sus palabras, “lo bruto me jugó en contra”.  La reconocía como una fortaleza de la cual, si bien estaba consciente y feliz en ella, tenía que moderar su expresión.  Claramente nuestras fortalezas tienen un “lado oscuro”, al ejercerlas podemos provocar un dolor a otro, así como pueden no ser conducente nuevas acciones saludables.  Por ejemplo, reclamar sobre el trabajo substandard de un colega en el trabajo puede traernos más problemas que beneficios, dada nuestra cultura organizacional imperante.

La dificultad de ser auténtico.

Luego de varios años en el extranjero, uno de los temas que siempre más me ha llamado la atención es la poca o nula capacidad que tenemos para expresarnos con autenticidad.  Ya venía con un prejuicio, habiendo vivido en España, donde la palabra “chileno” equivalía a “ladrón”, concepto que tomó otra connotación cuando, conversando con otros extranjeros residentes, descubrí que “te hicieron el paquete chileno” en Colombia o Venezuela equivalía a que te han estafado.  Asimismo, muchos de los eventos, encuentros públicos y celebraciones nacionales parecen estar teñidos por comportamientos no-auténticos de los Chilenos.

Descubrí (y viví en carne propia) “la viveza del Chileno”, una autopercepción curiosamente paradójica, porque es una percepción que habla de una característica muy valorada, que a su vez esconde un doble standard sobre la admiración que despierta cuando algo es una “viveza”, o la condena moral cuando es una “frescura”.  Este comportamiento ambiguo opaca la autenticidad y honestidad del ser, y finalmente atenta contra el bienestar colectivo.

Ser honesto y auténtico, implica tener una forma genuina y auténtica de vivir la vida, tomando responsabilidad por nuestros sentimientos y acciones.  Y es aquí donde los Chilenos fallamos.  La tradicional “viveza” busca atribuirse algo que no es propio y es su propia trampa.  Al tomar lo que no es propio, no permite que florezca lo mejor de nosotros mismos.

No conozco ejecutivo o persona que no se percibe como una persona íntegra, pero lo que no entienden es que la honestidad no la determino yo, sino que aparece en la percepción del otro.  La gran mayoría de personas distingue cuando hay honestidad en el otro, y sabe reconocer cuando la están experimentando.  Entonces, ¿Cómo lo hacemos para demostrar mayor cantidad de acciones auténticas, y que sean reconocidas por otros como tal, permitiéndonos florecer en nuestra mejor versión de nosotros mismos?  ¿Cuáles son los cambios que necesitamos hacer para conectar con nuestro ser autentico?  Así como la ciencia nos ha ido mostrando que la felicidad es una elección, la honestidad también lo es.  La psicología positiva nos propone algunas cosas para afinar esa elección y poner en práctica la virtud:
  • Partir con evitar las “mentirillas” o “mentiras blancas” con amigos y familiares, evitando especialmente los cumplidos insinceros.  Si nos vemos ahí, reconocerlo y disculparnos en seguida.
  • Monitorear nuestras “omisiones” diarias (no entregar la información necesaria y/o oportuna) y reflexionar sobre cómo sería si hicieran lo mismo con nosotros.
  • Comparar tu satisfacción con acciones honestas y significativas vs. aquellas deshonestas o “vivezas”.
  • Piensa y actúa justamente en el siguiente desafío, sin pensar en cómo te puede afectar en posición, ingresos o popularidad.
  • Busca roles con dirección y objetivos claros.
  • Observar si tus siguientes 5 acciones son coherentes con tus palabras y viceversa.
Volviendo a Aristóteles, la virtud está en el término medio, y en la práctica de ésta, se forja nuestro carácter.  La invitación es a buscar ese término medio que permita que florezca la fortaleza de la honestidad y autenticidad sin dañarnos nosotros mismos en nuestra convicción, ni pasar a llevar al otro.



Referencias:
2.       Recruiterbox, “What Warren Buffett Wants to Know Before he hires you”
3.       Peterson, C. & Seligman, M.E. P. (2004).  Integrity. Character strengths and virtues: A handbook and classification. Washington, DC: American Psychological Association.
4.       John Templeton Foundation. (2007). Honesty. In Character: A Journal of Everyday Virtues. Spring.
5.       Aristóteles – “Ética a Nicomaco”

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